Vivimos en una era de etiquetas rápidas: bueno o malo, blanco o negro, saludable o perjudicial. En la alimentación, esta mentalidad simplista se ha vuelto muy común, pero ¿realmente existen alimentos «buenos» y «malos»?

La respuesta es más compleja de lo que parece. Clasificar los alimentos de esta manera solo genera confusión y puede alejarnos de una alimentación realmente equilibrada. Para entenderlo mejor, veamos un ejemplo con un alimento que, en teoría, es «bueno»: la manzana.

El contexto lo es todo: dos historias, un mismo alimento

Caso 1: Cuando la manzana es una buena elección

Maitane, 45 años, sigue una alimentación basada en hábitos poco conscientes. Su día empieza con pan con mermelada y café con leche, a media mañana pica algo dulce que llevan sus compañeros al trabajo y al mediodía toma el menú de su empresa con un flan de postre. No suele merendar y, por la noche, acaba picoteando pan con embutido.

Cuando decide mejorar su alimentación, le sugerimos un cambio simple: sustituir el dulce de media mañana y el flan por una manzana, aprovechando que le encantan. En este caso, la manzana no es «buena» por sí misma, sino porque está ayudando a romper hábitos poco saludables y a mejorar su alimentación global.

Caso 2: Cuando la manzana no es la mejor opción

Antton, 24 años, es estudiante de medicina y triatleta de larga distancia. Entrena muchas horas al día, pero su rendimiento no es el esperado y se siente constantemente cansado. Al analizar su alimentación, se observa que, influenciado por la presión social y las redes, sigue una dieta muy alta en verduras, legumbres y alimentos bajos en grasa.

Cada mañana, antes de sus entrenamientos en bici, desayuna dos manzanas con 30 g de proteína en polvo. Aunque las manzanas son saludables, en su caso están generando una alta saciedad sin aportar la energía suficiente para su exigente entrenamiento. Por eso, se le propone cambiar esas manzanas por un bol de yogur griego con corn flakes y crema de cacahuete. Aquí, las manzanas, lejos de ser «buenas», estaban limitando su rendimiento deportivo.

¿Entonces, los alimentos son buenos o malos?

Como ves, el mismo alimento puede ser adecuado o no según el contexto. Esto se aplica no solo a la manzana, sino también a alimentos que suelen etiquetarse como «malos».

Imaginemos una pasta de té. Si se consume de manera rutinaria y sin consciencia, como el flan de Maitane, podría considerarse una elección poco recomendable. Pero si la disfrutas ocasionalmente porque te aporta placer y satisfacción sin afectar a tu salud física, no hay razón para demonizarla.

La clave no está en el alimento en sí, sino en su contexto y en qué lugar ocupa dentro de la alimentación diaria.

Conclusión: la clave es el equilibrio

La próxima vez que escuches que un alimento es «bueno» o «malo», hazte una pregunta: ¿cómo lo estoy consumiendo y qué efecto tiene en mi alimentación?

No se trata de prohibiciones ni de dogmas, sino de aprender a tomar decisiones conscientes y adaptadas a cada persona. Y ahí es donde entra el papel del nutricionista: ayudarte a encontrar el equilibrio que mejor se adapte a tu vida, sin etiquetas ni restricciones innecesarias.

 

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